Decíamos en nuestro devocional anterior que en
nuestras reuniones compartíamos cómo progresar en el conocimiento de Dios, cómo
escucharlo, cómo obedecerle, cómo confiar en Él. Tal vez en nuestras reuniones
del año próximo podamos compartir qué hace Dios y qué debemos hacer nosotros.
En las circunstancias difíciles y desagradables de la vida hay más motivos para
alegrarse de que para lamentarse. La vida es como una sustancia que sirve para
probar la fortaleza del alma. Estamos aquí para aprender las lecciones de
tiempo para la eternidad. ¿Qué importa si no hemos elegido las circunstancias
que nos rodean? Con ellas recibimos la preparación necesaria, aprendemos las
lecciones de la paciencia, la fortaleza, la perseverancia, el servicio
abnegado, la sumisión a la voluntad de Dios y la ejecución de ella de todo
corazón. Las circunstancias no conforman el carácter. Los caracteres más nobles
surgen de ambientes difíciles, y los fracasos morales proceden de los mejores.
Allí donde estás, toma las cosas de la vida como si fueran herramientas y úsalas
para la gloria de Dios. De este modo, ayudarás a la venida de su Reino y el
Maestro usará las cosas de la vida para hacer los cortes necesarios en ti, y
pulirte para que aquel día te veas conformado a Su imagen.
Dios quiere lo mejor. En la antigüedad pedía
lo mejor del ganado, lo mejor del trigo. Todavía pide de los suyos, con suave
ruego, que pongan a sus pies las esperanzas más altas y sus talentos más
brillantes. No olvidará el servicio más leve, ni el amor más humilde; solamente
pide que de nuestras posesiones, le demos lo mejor que tenemos.
Cristo
da lo mejor. Él toma el corazón que le ofrecemos y lo llena con su gloriosa
belleza, con su gozo y paz. En su servicio nos fortalecemos y a medida que así
ocurre, nos llama a realizar cosas mayores. Los dones más ricos para nosotros,
en la tierra o en los cielos, se hallan escondidos en Cristo. En Jesús,
recibimos lo mejor que tenemos.
¿Es
demasiado darle lo mejor? Recordemos que una vez Jesús derramó su vida por
nosotros, y en su misteriosa humanidad dio su sangre en la cruz. El Señor de
Señores, el Creador de todos los universos, en medio de pena amarga y lágrimas,
dio lo mejor que tenía.
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