sábado, 6 de octubre de 2012

Devocional del Grupo de Intercesión


"Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de fortalezas."
(2da Corintios 10:4)

Durante la gran guerra en Francia fue imprescindible tomar una posición muy defendida. Las líneas enemigas se hallaban tan protegidas por trincheras, alambradas y parapetos, que cualquier asalto por muy bien planeado que estuviera, y cualquiera que fuera el número de hombres que lo ejecutara, habría fallado. Por muy valiente que hubieran sido los atacantes, ninguno habría llegado con vida hasta las trincheras enemigas. En realidad, era imposible tomar el lugar por medio de la infantería. El general atacante había reunido una buena cantidad de piezas de artillería y los proyectiles más poderosos. La artillerías mantuvo un fuego constante sobre su objetivo durante cinco horas hasta que las trincheras, alambradas y parapetos fueron derribados.
Cuando la artillería hubo cumplido su destructora tarea, la infantería pudo avanzar, y con poca pérdida ocuparon aquel puesto. Lo que les resultaba imposible fue posible por el fuego sostenido de la artillería.
Creo que éste es un cuadro exacto e instructivo sobre la lucha espiritual. Hay posiciones del enemigo que no podemos tomar por asalto, ni podemos sitiar. Sus defensas son inexpugnables. Hay obstáculos que traban el progreso de los más devotos miembros del gran ejército misionero de Dios. Antes de lograr el éxito, es necesario que sostengamos un fuego nutrido y continuo con la artillería de la oración. Nada la puede reemplazar. Nada podrá obtenerse hasta que ella haya hecho su trabajo.
Con mucha frecuencia, en ausencia de la oración, el asalto se hace sin su ayuda y se sacrifican vidas preciosas y todos los esfuerzos resultan vanos. No es porque Dios sea infiel, ni porque el siervo no sea devoto, sino porque ha faltado la artillería de la oración y no se ha hecho brecha alguna en las defensas enemigas.

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