"Las armas de
nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de
fortalezas."
(2da Corintios 10:4)
(2da Corintios 10:4)
Durante la gran guerra
en Francia fue imprescindible tomar una posición muy defendida. Las líneas
enemigas se hallaban tan protegidas por trincheras, alambradas y parapetos, que
cualquier asalto por muy bien planeado que estuviera, y cualquiera que fuera el
número de hombres que lo ejecutara, habría fallado. Por muy valiente que
hubieran sido los atacantes, ninguno habría llegado con vida hasta las
trincheras enemigas. En realidad, era imposible tomar el lugar por medio de la
infantería. El general atacante había reunido una buena cantidad de piezas de
artillería y los proyectiles más poderosos. La artillerías mantuvo un fuego
constante sobre su objetivo durante cinco horas hasta que las trincheras,
alambradas y parapetos fueron derribados.
Cuando la
artillería hubo cumplido su destructora tarea, la infantería pudo avanzar, y
con poca pérdida ocuparon aquel puesto. Lo que les resultaba imposible fue
posible por el fuego sostenido de la artillería.
Creo que éste es un
cuadro exacto e instructivo sobre la lucha espiritual. Hay posiciones del
enemigo que no podemos tomar por asalto, ni podemos sitiar. Sus defensas son
inexpugnables. Hay obstáculos que traban el progreso de los más devotos
miembros del gran ejército misionero de Dios. Antes de lograr el éxito, es
necesario que sostengamos un fuego nutrido y continuo con la artillería de la
oración. Nada la puede reemplazar. Nada podrá obtenerse hasta que ella haya
hecho su trabajo.
Con mucha
frecuencia, en ausencia de la oración, el asalto se hace sin su ayuda y se
sacrifican vidas preciosas y todos los esfuerzos resultan vanos. No es porque
Dios sea infiel, ni porque el siervo no sea devoto, sino porque ha faltado la
artillería de la oración y no se ha hecho brecha alguna en las defensas
enemigas.
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