“Que no hablen mal de nadie, que sean
pacíficos y bondadosos, y que se muestren humildes de corazón en su trato con
todos” (Tito 3:2)
Entre
amigos, familiares y conocidos, conozco a muchas parejas y matrimonios en
diferentes situaciones. Muchas veces escucho a uno de sus integrantes quejarse
del otro en su ausencia, insultarlo o “simplemente” hablarle de forma poco
amorosa a su compañero/a. Mucha gente dice que ahora eso es normal, lo que me
hace sentir “extranjera” o hasta “alienígena” entre personas con otras
costumbres, porque siento que no puede estar bien: tengo en claro el respeto
que merece mi esposo, incluso cuando está ausente. A veces esto puede ser
difícil para algunas personas, sean jóvenes o adultas. No creo que sea un
problema de “ahora” o de generaciones, pero sí es cierto que cada vez es más
común escuchar este tipo de actitudes en público.
Creo
que todas las personas merecen respeto y, como sabemos, hablar e incluso pensar
mal de otros es pecado. ¡Cuánto más cuando nos referimos a la persona que
amamos y elegimos para formar una familia! (¡¿Qué podemos esperar para los
demás?!). Por eso, la actitud del respeto al otro puede parecer algo sin
importancia para muchos pero, como cristianos, es un ejemplo más que debemos
dar. El amor y respeto por nuestro/a esposo/a es un reflejo de nuestro corazón.
Marcos
7:15 dice: “Nada de lo que entra de
afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo
que lo hace impuro”.
“…Lo que el Espíritu produce es amor,
alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio
propio…” (Gálatas 5:22)
Que el
Señor nos guíe para ser reflejos de su amor en cada área de nuestras vidas y en
todo momento.
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