domingo, 7 de abril de 2013

Devocional


EN GUARDIA FRENTE A LO OCULTO
   Debemos estar siempre estar a atentos a no dejarnos «mal influenciar» por cosas que nos tan fáciles de determinar.

   Salmos 19:12-13 “¿Quién está consciente de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente! Libra, además, a tu siervo de pecar a sabiendas; no permitas que tales pecados me dominen. Así estaré libre de culpa y de multiplicar mis pecados.”

   La pregunta que el salmista hace aquí es la que conocemos como una pregunta retórica. Este tipo de preguntas no requieren de respuesta porque ya está implícita. En este caso, la respuesta es: ¡nadie! No deja de ser, sin embargo, una pregunta de mucho peso para nosotros.
   La verdad es que la mayoría de nosotros nos mostramos bastante confiados a la hora de defender nuestra falta de culpa. El salmista, a diferencia de nosotros, entendía un principio fundamental para la vida espiritual, y es que ningún ser humano puede discernir con claridad sus propios errores. La Palabra misma afirma esto cuando dice que el corazón del hombre es más engañoso que todas las cosas, y sin remedio (Jer 17.9). Por más que nos propongamos mirar y examinar con cuidado nuestra vida, no podremos discernir nuestros propios errores, porque la naturaleza misma del pecado es el engaño. Por esta razón el Salmista exclamó:«¡Líbrame de los que me son ocultos!»
   Lo que está oculto no puede ser tratado y posee toda la capacidad de descarrilarnos en nuestro andar.
   Mientras el salmista medita sobre esta realidad, se le viene a la mente también el pecado de la soberbia. No es mera coincidencia que haya reparado en esto cuando pensaba en pecados ocultos. De todos los pecados, el más difícil de detectar es el del orgullo. Como ha observado un sabio comentarista, ¡nadie está tan cerca de caer como aquél que está confiado de estar bien parado! Todos poseemos gran capacidad de ver el pecado del orgullo en nuestro prójimo, pero carecemos notablemente de discernimiento en lo que a nuestra propia vida respecta.
   El salmista sabía que la soberbia no tratada se convierte en un amo implacable que domina la vida de la persona, y lo lleva hacia la perdición. Esa persona ya no tendrá control sobre su vida, sino que su amo, la soberbia, se convertirá en la fuerza que dicta la manera de proceder en cada situación. Nadie le podrá señalar nada. Nadie lo podrá corregir. Nadie se le podrá acercar, porque la soberbia no se lo permitirá, no sea que descubra su propia maldad y se arrepienta.
   Un líder soberbio es una persona que traerá mucho sufrimiento y dolor a la congregación que ministra. Por esta razón es bueno que recordemos que nuestra propia opinión de nuestra pureza espiritual se ajusta poco a nuestra verdadera realidad. El líder sabio sabrá que hay realidades en su vida que no puede ver, pero que tienen toda la capacidad de neutralizarlo. No se confiará de la propia evaluación de su corazón. Buscará que el Señor lo examine, para traer a la luz aquello que está oculto y lograr así la verdadera integridad.
   Para pensar:
   San Agustín escribió: «Cuando el hombre descubre su pecado, Dios lo cubre. Cuando el hombre tapa su pecado, Dios lo destapa. Cuando el hombre confiesa su pecado, Dios lo perdona.»
De www.desarrollocristiano.com

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