sábado, 11 de agosto de 2012

Devocional del Grupo de Intercesión

   Nuestro grupo se reúne todos los días lunes de cada semana. Un hermano o hermana tiene a cargo el devocional de la fecha. Es interesante ver cuántas experiencias encontramos en los relatos y lecturas que tratamos luego de interpretarlas con la palabra de Dios. Es una buena manera de crecer espiritualmente. Luego oramos por las necesidades de la congregación y, en forma especial, por los enfermos. Compartimos un texto que nos pareció interesante.

Atrapada por la culpa
   Estaba leyendo el segundo libro de Samuel y al llegar a los capítulos 11 y 12 que relatan el pecado de David con Betsabé y la muerte de Urías Heteo, se levantó en mí una pregunta: ¿por qué, Señor, tuvo que suceder esto? ¡Es tan triste todo este relato, tan doloroso el pecado en los hijos!
   Pasó un tiempo y me encontré presentando el mensaje de salvación en una iglesia. Al terminar, una señora se quedó para hablar conmigo.
   “Soy demasiado pecadora y Dios no me puede perdonar”, dijo. “La palabra de Dios dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado,” y repetí “¡de todo pecado!” Imagine, señora, que lo perdonó a Pedro, que lo negó tres veces”.
   “Pero yo he cometido pecados mucho peores,” me contestó. “Él no puede perdonarme”.
   “¿Qué ha hecho, señora?”, dije procurando orientarme, “¿acaso ha matado, ha cometido adulterio?!”
   “He hecho las dos cosas”, dijo en voz baja. “Cometí adulterio, quedé embarazada e hice un aborto, y yo tenía bastante conocimiento de la Palabra de Dios para saber que eso era malo”:
   Entonces recordé la historia de David y agradecí a Dios porque está en la Biblia. Él también cometió adulterio y mató, pero se humilló delante de Dios y alcanzó misericordia. Le relaté brevemente la historia de David y leí el Salmo 51: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de pecado”.
   ¡Qué apropiadas eran esas palabras! Y seguimos orando el salmo, ella lloraba mientras vez tras vez el salmista implora la misericordia de Dios, pide perdón y que pueda tener comunión nuevamente con Dios: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu”.
   Repitió los versos 7, 8 y 9: “Purifícame con hisopo y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve.  Lléname de gozo y alegría; alégrame de nuevo, aunque me has quebrantado. Aleja de tu vista mis pecados y borra todas mis maldades”, y se hizo la luz en su alma. Encontró el perdón. Perdón para sus pecados tan grandes. Gracias Dios por el perdón. ¡Gracias por Jesucristo!

De la revista Quehacer femenino

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