viernes, 27 de abril de 2012

Devocional


“Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor”. Apocalipsis 1:10

   Era el día de Dios. La tierra parecía una gran esmeralda rodeada por los costados y por arriba con un zafiro: mar azul, montañas azules, cielo azul. Allí estaba la tierra. No estaba durmiendo, sólo tomaba el sol en el silencioso gozo del día del Señor.
   Era como si hubieran lavado las manchas de la semana pasada producidas por el pecado y el trabajo, y hubieran refrescado su frente cansada y caliente con su aliento de puro incienso, como si la hubieran envuelto en sus vestiduras azules y la hubieran acuñado con sonrisas de amor misericordioso, hasta que la tierra diera su sonrisa de respuesta renovando su vigor y su esperanza para una nueva semana de trabajo agobiador.
   El domingo es el mejor de los siete días para el cristiano. Es cierto que el creyente ama los siete días, pero ama más el domingo porque está relacionada con el nombre bendito del Señor, es el día del Señor. Este día recuerda dos acontecimientos: el término de la creación (Génesis 2:3) y la consumación de la redención (Romanos 4:24, 25). De este modo, nos recuerda la felicidad de nuestra posición de salvados por el amoroso Salvador vivo y victorioso.
   Es una preciosa provisión de gracia de Dios que después de seis días de trabajo podamos tener un día diferente de los demás: un día de reposo.
   No sólo nuestros cuerpos y nuestras mentes necesitan este descanso semanal, sino también nuestras almas necesitan las bendiciones de este día santificado. Cuando restablece el día santo, el Sabbath del cristiano, el llamado divino al Peregrino se presenta de la siguiente forma: Deja a un lado tus caminos y tus obras, y entra al Santuario del Señor. "Guardad mis días de reposo y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová" (Lev. 26:2).
   Cuando pasamos un día del Señor en su presencia, aprendemos más de Él y de su voluntad con nosotros. Nos unimos en adoración, alabanza y en oración, y recibimos una nueva visión del Señor, nuestro precioso Salvador y, de esta manera, nuestra alma es vivificada. Como el apóstol Juan, nos hallamos regocijándonos en la bienaventuranza de estar en el Espíritu en el día del Señor.

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