Y las enseñaréis a vuestros hijos,
hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino,
cuando te acuestes y cuando te levantes, y las escribirás en los postes de tu
casa y en tus puertas.”
Deuteronomio 11:18-20
Dios estaba mandando a su pueblo
y yo siento que hoy a mí, que su Palabra esté en mi vida, en toda mi vida:
- Primero en mi corazón, centro de mis sentimientos, mis deseos, mis pasiones.
- En mi alma, es decir en mi pensamiento, mi entendimiento, mi voluntad.
- En mis manos, aquello que hago, que realizo, que agarro, que sostengo, que abrazo.
- Y frente a mis ojos, mi visión, mi guía.
Y si son su Palabra y su
Presencia, así de reales y tangibles en todo mi ser, naturalmente las
trasmitiré a mis hijos. Serán parte de lo cotidiano, de lo que hablemos en el
auto, en la mesa, estará presente en nuestras tarjetas de cumpleaños, en los
detalles de nuestro hogar, la música que escuchamos, en las actividades que
prioricemos, el manejo del dinero y del tiempo. Aún en nuestra ropa (remeras
con textos, símbolos o frases que muestren lo que creemos) en nuestros útiles y
elementos personales, nuestra agenda diaria con textos, nuestro almanaque,
nuestra billetera, nuestra TAZA también!!!
Me gusta pensar que esto es tanto
para cuando nos sentemos, descansemos tranquilos en casa o en vacaciones, como
para cuando andamos, cuando estamos trabajando, estudiando, comprando,
reparando cosas, haciendo tareas. Al terminar el día, acostándonos y al
comenzarlo, levantándonos.
Es mi oración que como papás,
como maestros, como adultos, vivamos poniendo a Dios en primer lugar, que
cumplamos esta orden de enseñar a nuestros pequeños su Palabra, con la
naturalidad y la fuerza del ejemplo, aún con nuestros errores y tropiezos; y
podamos disfrutar la promesa de largos días bendecidos con su presencia.
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