¡HOMBRES
GRANDES… PENSANDO EN NAVIDAD?
Muchos de nosotros, de niños, escribimos cartas a Papá Noel y nos
entusiasmamos muchísimo con la
Navidad porque nuestros padres y mejor aún nuestros abuelos
se complacían en ponernos regalos en el arbolito y en vestir, para nosotros, el
caluroso traje rojo con barba de algodón.
De jóvenes, les dimos buen trabajo a nuestros maestros de Escuela
Dominical porque ya nos daba vergüenza participar en las obritas teatrales. Y
cuando nacieron nuestros hijos, pensamos que, mejor se ocupen de esto las
mujeres.
Ya somos hombres grandes y nadie nos va a enganchar con la fiesta de
Navidad. ¡Nunca!... Excepto que nuestro nietito nos pregunte:
Abuelo,
¿vendrá Papá Noel y me traerá el regalo que le pedí?
¡Ah! Por complacer a ese angelito seríamos capaces hasta de largarnos
por la chimenea. ¿No es verdad? Somos hombres grandes, curtidos, pero un niño
nos derrite el corazón, nos tuerce la mano, nos cambia cualquier respuesta
agria por una expresión de bondad.
¡Y el niño sale ganando! Pero nosotros también. Ya sabemos que la Navidad es la entrega
amorosa de un Dios para sus criaturas. Y cuando nosotros nos conmovemos frente
a los niños, nos parecemos a Dios, en ese sentimiento de amor y en esa
recompensa de paz interior. ¿Vieron qué juntos suelen aparecer el amor y la
paz? No sólo en el famosos himno (Noche de paz, noche de amor). Miren quién
está con nosotros, según 2 Corintios 13.11. Con razón que Pablo aconseja así,
en 2 Timoteo 2.22. ¡Cuánta gente pide un poco de paz! Muchos no saben que se
consigue, cuando nos rendimos al amor.
Todavía falta para Navidad. Tengo tiempo de escribir mi carta:
Padre
del cielo, para esta Navidad
te
pido que me parezca más a vos,
y que este toque de amor y paz me dure todo el año.
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