martes, 27 de agosto de 2013

La fe nos desafía a crecer

Predica del domingo, 25-agosto-2013, en nuestra iglesia, por el Pastor Fabián E. Rey

Fabián 25-08-13 by IEMA Arroyito on Grooveshark

Atentos al camino

   Avancemos siempre confiados en la dirección que el Señor está señalando.

   Pasaje bíblico: Marcos 5:1-20

   Nuestro deseo es acercarnos más a la persona de Cristo, con el objetivo de que esa cercanía produzca en nosotros una cada vez mayor transformación.

   Lo invito a que haga suya esta oración: «Señor, deseo que continúes cada día trabajando en mí. Sé que es fundamental mi relación contigo para que se produzca esa transformación. Te pido que me libres de la rutina y el acostumbramiento que tan fácilmente duermen los sentidos espirituales. Gracias por perseverar en la búsqueda de una relación significativa conmigo. Amén.» Habiendo dispuesto Cristo su vida para hacer la obra que fue puesta delante de él, las oportunidades aparecían solas. El relato del evangelio nos dice que Jesús y los discípulos «vinieron al otro lado del mar, a la región de los gadarenos. Cuando salió él de la barca, en seguida vino a su encuentro, de los sepulcros, un hombre con un espíritu impuro». 

   Es interesante observar que el hombre con el espíritu inmundo vino hacia el Señor ni bien apoyaron los pies sobre la playa. Aun de lejos es probable que esta persona profundamente atormentada haya percibido en el Hijo de Dios una actitud espiritual que no había encontrado entre los pobladores de la zona. El hecho es que Jesús no tenía que salir a buscar oportunidades para ministrar, sino que se le presentaban solas. Aquellos que están caminando en intimidad con Dios, y le dan a él la oportunidad de ser parte de su vida, podrán comprobar cómo las oportunidades de ministerio comienzan a aparecer por doquier, pues la gente percibirá en ellos una disposición de atender sus necesidades.

   El ministerio de socorrer a los necesitados no es parte de un programa sino el resultado de un estilo de vida. De modo que el encuentro de Jesús con el endemoniado de Gadara no es más que el cumplimiento de la verdad que proclamó en una sinagoga de Nazaret cuando inició su ministerio. El Padre lo ungió, precisamente, para atender a los pobres, los huérfanos, los ciegos y los oprimidos. Habiendo dispuesto Cristo su vida para hacer la obra que fue puesta delante de él, las oportunidades aparecían solas.

   Este punto es importante para nosotros. La movilización de la iglesia no requiere de sofisticadas estrategias para alcanzar a los inconversos. Más bien necesita de hombres y mujeres que estén atentos a las oportunidades que el Espíritu les revela en su diario andar. Cuando se perciben estas situaciones no hace falta más que avanzar confiados en la dirección que el Señor está señalando.

(Autor: Christopher Shaw, publicado en www.desarrollocristiano.com)

domingo, 11 de agosto de 2013

Fe con obras

   A diferencia de la lástima, la compasión traduce el sentimiento de angustia por la necesidad del prójimo.

“Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos. Y mandó a la multitud que se recostase en tierra. Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.” (Mateo 15: 34-38)

   El apóstol Santiago, quien probablemente escribió la primera epístola del Nuevo Testamento, confrontó a la iglesia naciente con algunos asuntos netamente prácticos relacionados al ejercicio de la vida espiritual. Con el estilo directo que lo caracteriza, pregunta a sus lectores: «¿Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les dais lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta» (Stg 2.14-17). La fe de tal persona no tiene vida, afirma Santiago, porque las obras son la evidencia más tangible de un corazón trabajado por Dios. Estaba preocupado de que la Iglesia se inclinara hacia una espiritualidad egoísta, que excluía del ejercicio de su fe las acciones concretas de amor hacia los demás. Esta misma actitud había caracterizado al pueblo de Israel durante siglos.

   En el pasaje que consideramos esta semana podemos encontrar el origen de la convicción que movía el corazón del apóstol, el ejemplo mismo de Jesús. El incidente que relata el evangelio de Mateo seguramente es representativo de decenas de situaciones similares en las que los discípulos tuvieron oportunidad de ver cómo el espíritu tierno de Cristo se traducía en acciones concretas hacia aquellos que estaban a su alrededor. El evangelista nos dice que, «entonces Jesús, llamando junto a sí a sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de la multitud, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos sin comer, no sea que desfallezcan en el camino» (v. 32).

   Debemos notar, al pasar, el asombroso compromiso de la multitud con la persona de Cristo, pues habían estado con él en el lapso de tres días. Es evidente que durante ese tiempo las personas no habían tenido oportunidad de volver a su casa ni de procurar algún alimento. Esta clase de comportamiento siempre ha sido la evidencia más clara del obrar soberano de Dios, pues la intensidad del momento espiritual lleva a que los participantes pierdan la noción del tiempo y desatiendan aun sus necesidades más básicas. Algunos, incluso, podrían haberse sentido tentados a descartar estas necesidades como molestas distracciones frente al mover de Dios. Sin embargo, la situación no escapó de los ojos acuciosos de Jesús y fue movido a compasión.

    La compasión es una de las características que distingue a la persona cuyo corazón ha sido tocado por el amor de Dios. A diferencia de la lástima, la compasión traduce el sentimiento de angustia por la necesidad del prójimo en una acción concreta que busca aliviar dicha situación. En este caso, Cristo reunió a sus discípulos con un doble propósito, además de señalar la premura de la gente, también pretendía movilizarlos a la acción.

   El proceder de Jesús está plenamente alineado con el corazón bondadoso del Padre. Encontramos una expresión típica de su ternura en Deuteronomio 15.7 y 8: «Cuando haya algún pobre entre tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano liberalmente y le prestarás lo que en efecto necesite».

(Autor: Christopher Shaw, publicado en www.desarrollocristiano.com)

lunes, 5 de agosto de 2013

La cena del Señor como anticipo del reino

Predica del domingo, 4-agosto-2013, en nuestra iglesia, por el Pastor Fabián E. Rey

Fabian 04-08-13 by IEMA Arroyito on Grooveshark

Valor en lo poco

   Nunca debemos considerar nuestro aporte como insignificante cuando ha sido puesto a los pies de Cristo.

   “ Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: _Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos sin comer, no sea que se desmayen por el camino. Los discípulos objetaron: _¿Dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado suficiente pan para dar de comer a toda esta multitud?¿Cuántos panes tienen? les preguntó Jesús. _Siete, y unos pocos pescaditos. Luego mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomando los siete panes y los pescados, dio gracias, los partió y se los fue dando a los discípulos. Éstos, a su vez, los distribuyeron a la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron. Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños." (Mateo 15:32-38)

   Mateo agrega un detalle adicional al relato que hemos compartido en esta semana: «Y comieron todos y se saciaron; y recogieron de lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños». Es en estas últimas dos frases que llegamos a comprender la magnitud del milagro que había acontecido, aunque un milagro siempre es algo extraordinario, sin importar la extensión ni la profundidad que posea. No obstante, al evangelista le pareció importante señalar que todos comieron y se saciaron. Si estimamos que al menos tres mil de los hombres presentes estaban acompañados por su esposa y dos hijos, estaríamos hablando de al menos 13 mil personas. La cifra exacta no es de importancia, aunque los números claramente indican que no se trataba de una reunión de unos pocos amigos. Nuestro aporte puede ser pequeño, pero no sabemos hasta dónde va a extenderse la bendición de Dios cuando confiamos a sus manos cualquier pequeña ofrenda. Quien ha estado en grandes eventos organizados por la iglesia sabe de la pesadilla que representa alimentar a varios miles de personas. De la multitud que acompañó a Cristo, sin embargo, todos comieron y se saciaron. Es decir, comieron suficiente cantidad como para sentirse satisfechos y negar el ofrecimiento de comida adicional.
   La abundancia de este banquete arrancó con apenas siete panes y algunos pececillos. Al volver a recordar lo insignificante que eran los recursos que habían podido reunir los discípulos podemos apreciar la dimensión completa de esta obra realizada por el Señor. Nuestro aporte puede ser muy pequeño, pero no sabemos hasta dónde va a extenderse la bendición que Dios desata cuando confiamos a sus manos cualquier pequeña ofrenda.
   La historia del pueblo de Dios está repleta de ejemplos de esta verdad. Considere, por ejemplo, la historia de Naamán. La dramática conversión y sanidad que experimentó fueron impulsados por el inocente comentario de una niña que trabajaba en su casa. Del mismo modo la decisión de José, tomada en medio de un tiempo de profunda angustia personal, de vivir con integridad y entrega su vida de esclavo en la casa de Potifar, sembró el fundamento para que llegara a ser gobernante de Egipto y salvar así a todo un pueblo en tiempos de hambre. En el libro de los Hechos Pedro y Juan ni siquiera poseían una moneda para ayudar a un mendigo cojo, pero le dieron lo que tenían: le ordenaron, en la autoridad de Cristo, que se pusiera de pie y caminara. El asombro que despertó semejante acontecimiento llevó a la conversión de 5.000 personas. Nunca debemos considerar nuestro aporte como insignificante cuando ha sido puesto a los pies de aquel que reina sobre los recursos del universo.
    Debemos notar, además, que el milagro no solamente abasteció a los que estaban con hambre, sino que dejó un excedente ?siete canastas? que podía servir para alimentar a otros que no habían estado presentes. Así de generosas son las intervenciones de Dios, que aun aquellos que no están enterados de su paso por un lugar pueden beneficiarse de él. Así también debe suceder en la casa del Señor, donde nuestro deseo es hacerle bien a todos los que podamos, sin importar si son o no de nuestro grupo o si van a comprometerse con nosotros. Su bondad no tiene barreras, y ¡por eso es tan preciosa!
(Autor: Christopher Shaw, publicado en www.desarrollocristiano.com)